Todos los que trabajan en investigación y en dar soporte a la investigación experimentan alguna vez esa sensación de que se les está pidiendo algo más allá de sus competencias cuando se les asignan responsabilidades en el proceso de gestión de datos de su investigación. Preparar un plan de gestión de datos parece una tarea más, a veces superflua, dado que hasta hace poco hemos vivido tranquilamente sin él. ¿Por qué entonces hoy en día se insiste mucho sobre su importancia? Es solo una exigencia más de las entidades financiadoras, ¿o hay algo más?
Gracias a la digitalización y a la automatización, los datos de investigación que somos capaces de generar en la actualidad superan en muchos casos las capacidades humanas de poder tratarlos y organizarlos manualmente, y en un tiempo razonable. Los proyectos se vuelven más complejos, se organizan consorcios y colaboraciones internacionales para poder llevarlos al cabo. Investigadores de distintas instituciones tratan con los mismos datos y los analizan produciendo resultados que tienen que compartir. ¿Qué pasaría si no hubiera un acuerdo común sobre cómo describir estos datos, sobre qué formato usar o qué procesos utilizar para leerlos, analizarlos e interpretarlos?
Tener un plan de gestión de datos permite a los investigadores trabajar de forma organizada y coherente, prevenir el desperdicio de recursos compartidos, la pérdida de datos y de tiempo. Y además del beneficio propio, un plan de gestión de datos ayuda a mejorar la calidad científica de los datos, su descripción y reproducibilidad. Los beneficios de tener un buen plan de gestión de datos se extienden más allá de la vida del proyecto porque facilita la reutilización de los datos producidos. El beneficio para la sociedad es evidente si pensamos que de esta forma estamos permitiendo que el conocimiento avance más rápidamente, construyendo nueva información sobre una base sólida de datos bien documentados.
Gestionar los datos de investigación no es tarea sencilla, porque implica conocimientos y habilidades muy diversas, que van desde las propias de la disciplina a la que pertenece el proyecto, a habilidades técnicas, informáticas y hasta administrativas. No hay aún un perfil profesional bien definido y universalmente reconocido para que cada centro de investigación o cada grupo científico pueda pedir y conseguir el apoyo de un gestor de datos. Mientras tanto, podemos digerir y difundir la idea de que tener un plan de gestión de datos es una necesidad que nos trae más beneficios que esfuerzos, y podemos trabajar juntos para que las competencias necesarias estén cubiertas por un buen equipo, bien coordinado. La buena coordinación, al final, no necesita una persona que sepa todas las respuestas, sino una que, conociendo las opciones posibles, sepa hacer las preguntas adecuadas.